PADRE
1.-
El hombre de acero está durmiendo pero la
autopista
no parece darse
cuenta. Cabecea de brazos cruzados
como inmutable
copiloto que prefiere guardar silencio
mientras el camino
cubra esa distancia equivalente
a un futuro que no
parece tenerlo contemplado. Una
cámara fotografía
el número de nuestra patente
para que a nadie le
queden dudas de que intentamos
escapar de los
efectos más tóxicos de la criptonita
pero no pudimos: el
hombre de acero va muriendo
sin que nada
podamos hacer para despertarlo. Abre
los ojos pero no
mira porque la carretera no le pertenece
si no ha manejado a
más de noventa por el carril
que lo devuelva
hasta Santiago. Cuando llegamos
finalmente al
aeropuerto y le digo viejo, despierta,
ya estamos, parece
recordar que las autopistas son
un sueño, aunque la
visión de rayos X ahora le falle
y ni siquiera pueda
cargar sus maletas. El cigarrillo
le renueva las
energías, casi podría decir que alcanza
a despertarlo.
¿Cómo andai de plata?, me pregunta
antes de
despedirse, no vayamos a confundirnos
por un par de
pestañadas, el hombre de acero
nunca le tuvo miedo
a la gramática, es preferible
que el barco se
hunda a nadar sin haber aprendido
sobre las aguas de
un mar que no puede enseñarle
otra cosa que no
sea a despedirse: el último llamado
a los pasajeros es
nuestra forma de escribir en el cielo.
Mi padre es adiós.
La clase turista mi país.
2.-
Estábamos comiendo naranjas en un estadio
al que nunca volveríamos juntos. Un niño
de siete años y el padre de un niño de siete
años a las cuatro de la tarde de un fin de semana
cuando las gradas se mantenían en silencio
como si a los velocistas hubiera que escucharlos
con la misma atención que se le presta a un peso
que recién nos sacamos de encima. No lo
sabíamos entonces pero lo sabríamos luego
la llegada a la meta pronto terminaría por
convertirse en una tarde soleada donde las
cáscaras se guardaban en una bolsa de plástico
y en las tribunas no había nadie que pudiera ser
testigo justo cuando más se le necesitaba, en esa
época aún los teléfonos se usaban para llamar a
otras personas y sólo podía quedar grabado en
la memoria el nombre del ganador de esa carrera.
De las naranjas es de lo único que puedo estar seguro.
***
NOTA BIOGRÁFICA
Cristián Gómez Olivares (Santiago de Chile,
1971). Poeta y traductor, ha publicado -entre otros títulos- Alfabeto para
nadie (2008), La casa de Trotsky (2011), La nieve es nuestra
(2012, 2015) y El libro rojo (2019). Junto a Mónica de La Torre, publicó
la antología Malditos latinos, malditos sudacas. Poesía hispanoamericana
made in USA (2009). Ha traducido los libros Cosmopolita (2014) y Ciudad
modelo (2018), de Donna Stonecipher, y la plaquette Yo solía decir su
nombre (2020), de Carl Phillips. También publicó La poesía al poder. De
Casa de Las Américas a Mcally Jackson (2018), donde reúne sus ensayos en
torno a la poesía hispanoamericana contemporánea.
***
Disponible: 18,55 euros
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Mediante transferencia al número de Ediciones Liliputienses: ES71 0078 0030 8440 0001 2987 (una vez realizada la transferencia, dinos a qué dirección quieres que te lo enviemos a través de un mensaje al correo elblogliliputiense@gmail.com).
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