Cada vez que a papá
le dolía la cabeza
todos funcionábamos en mute.
El ruido de una cucharita
contra la taza
era igual para él
que el de una cortadora de césped.
Acostado en la pieza oscura
con un pañuelo en la frente
nos marcaba
los ritmos de vida.
Si papá resucita
todos festejan,
si papá enloquece
corremos como perdices
hacia otras casas.
Me hubiera gustado
ir hasta su cama
y acercar un ojo al agujero
de su oído
para espiar lo que había
dentro de esa cabeza:
su casa de la infancia
prendiéndose fuego,
el interior de una heladera,
su padre gritando
en un auto de los 50,
o él mismo tirado en el piso
de su cerebro.
No sé qué había
pero lo heredé
y ahora
cada vez que me gana
la cefalea
recuerdo lo que me enseñó
una vez:
cuando empiece el dolor
cerrá los ojos
y pensá en un color frío
como el azul.
Ese es mi fondo de pantalla
durante cada ataque.
Un color que fue el mismo
a lo largo de los siglos,
pero me pregunto
si los dos lo imaginamos
igual
o si hasta en eso
fuimos diferentes.
***
NOTA BIOGRÁFICA
Santiago Venturini nació en Esperanza (Santa Fe, Argentina) en 1981. Ha publicado los libros de poesía El exceso (Torremozas, Madrid, 2008, Premio Poesía Joven de la Fundación Gloria Fuertes), El espectador (Gog y Magog, Buenos Aires, 2012), Vida de un gemelo (Iván Rosado, Rosario, 2014), Un año sentimental (Caleta Olivia, Buenos Aires, 2019) y Una forma de llegar al futuro (Gog y Magog, Buenos Aires, 2022). Es profesor universitario e investigador.
En la colonia agrícola fue publicado por la editorial rosarina Iván Rosado en 2016 y reimpreso en 2019, año en que obtuvo una mención honorífica en el Premio Provincial de Poesía José Pedroni.
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