Los peces en la fuente que no tiene la escuela flotando bocarriba
Y casi todos han amado el mundo.
B. Brecht
Las faltas, lo primero
que tienen que aprender,
cumplimos con el pacto
de hacer como que no nos damos cuenta
hasta dejar de verlo.
La escuela, inevitable,
la caja en que se ajustan
los adolescentes angustiados,
que tienen que crecer, y cuanto antes,
para huir de aquí -a donde sea-
aunque resulte peor -lo que es muy probable-
pero también los adultos,
los que ya siempre esperamos allí
con la infatuación de jubilarnos.
La versión final, definitiva.
Cada albor entramos a la caja vacía
en la que no cabes bien,
en la debes callarte
o si acaso hacer como que hablas
en un silencio fijo delirado
siguiendo el eco ronco
que no quiere meterse en el laúd.
Quisiera regalarnos otros traumas,
un terror obsceno que nos reiniciase,
que nos bautizara por la fuerza
saltando en la piscina, como patos,
nuevas, buenas personas,
rayos de sol decantando en un bloque
de gelatina gigante,
quisiera que tuvierais otra cosa
pues yo quise vivir y no lo hice
a vuestra edad -y tampoco,
para intentar ser sinceros,
ya no del todo a la mía-.
Creo que no lo hago bien,
no es lo suficiente verdadero
(pero tengo amor, esa certeza,
aunque cuando llego estoy cansado,
y bastantes veces me da miedo que lo diga por decir,
tanto se embarulla el rezo en rito)
(pero por milagros permanece nuestro amor)
(siento amor, al menos)
es una vida factible:
entre las canciones de bordado
unos como injertos macarrónicos:
todas las mañanas clases de filosofía
que nuestros alumnos y nuestras alumnas
a muy buen seguro olvidarán
-nos olvidaremos,
no saludaremos
no recordaremos quiénes éramos-
treinta cada día en cada caja,
tres o cuatro más que llegan tarde
(son tres minutos más vivas),
unas junto a otros y demás,
casi como formas reemplazables
salvo dos o tres en el momento
con sus limaduras ilusorias de futuro
que de vez en cuando fantaseo que se imantan
en futuros libres:
chiste, lapso absurdo,
un regalo más de la incansable cornucopia
y en el pasillo esa frágil criatura
ese que sufre y no encuentra consuelo
ni amigos ni familia la verdad
que arrastra sedimentos espectrales
y si no vigilas se hace cortes en la cara con un cúter
como pentagramas
y la que se encierra en algún baño
para comer, vomitar
para secarse el sudor
e imaginar un reposo
¿cuándo es?, un viernes un lunes
nos da lo mismo
y la que arranca tres hojas
corre las mastica se atraganta, las escupe luego y las entrega:
son su respuesta al examen.
Luego está el que araña en una mesa
para dejar fijo un nombre,
y ¿por qué dejas “tu” nombre,
si no debiste estar tanto y tan muerto
contra esa mesa aplastado,
tan en el vórtice obtuso
en que se amustia la vida?
Qué te reporta tu rastro
en el malgasto.
¿Es tu factura?
¿La que nos dejas?
Dime, pues, ¿cómo
la cobrarás?
Hazlo para todas, para el patio
encajonado entre el cielo y las vallas,
para las gaviotas que se abaten
sobre los rescoldos de papel de estraza
una vez que acaban los recreos.
Sin embargo, a veces, le tenemos cariño:
un patio desierto entre los árboles hirsutos
los que vigilamos, los que fueron vigilados
mientras arrancaban las naranjas amargas
para reventarlas,
esas que se pudren aromando las esquinas.
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Nota biográfica
Fernando Pérez Fernández (Cáceres, 1984) ha publicado los libros de poemas, Cargas familiares (Isla de Siltolá, 2015) y Término medio (RIL, 2022).
Su obra está presente en antologías como Piedra de toque. 15 poetas emergentes en Extremadura (ERE, 2017), Diáspora. Poetas extremeños en el exilio (Ediciones Liliputienses, 2020) y Los últimos del oeste. Poetas extremeños del siglo XXI (RIL, 2025).
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Disponible: 13 euros
Métodos de pago:
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(una vez realizada la transferencia, dinos a qué dirección quieres que
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